Las últimas fueron las primeras.
Ensenada
de La Barquería vista desde el Alto de Cotrajón. Al fondo, en el
centro, la trainera "Consolación", de TOMÁS BEDIA CASTANEDO. COL. AUTORIDAD PORTUARIA DE SANTANDER. |
La primera trainera de pesca que se vio en aguas de Cantabria era obra de constructores vascos, al parecer de Lequeitio. Cuando apareció este nuevo modelo de barco, a mediados del s. XIX, la sardina se pescaba en el Cantábrico utilizando un arte tradicional, denominado "Sardinal" o "Sardinera", que se transportaba en lanchas mayores del mismo nombre. Era una red de barrera, con varias mallas, cuya ejecución resultaba bastante compleja, pues había que localizar el banco de peces, calar el arte, fondearlo y "macizar" (lanzar cebo) a ambos lados del mismo, para provocar el enmalle de las sardinas. Una vez ocurrido esto, se levantaba el arte y se desenmallaban las capturas. Esta tarea debía hacerse con sumo cuidado para no romper o deteriorar el pescado, pues ello impediría su venta posterior.
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Grabado de "Sardinal" que figura en el "DICCIONARIO HISTÓRICO DE LOS ARTES DE PESCA NACIONALES" de ANTONIO SÁÑEZ REGUART. |
Tanto trabajo y tiempo reducían la rentabilidad de la pesca obtenida por esta técnica y el volumen de capturas no llegaba a cubrir la fuerte demanda de pescado que existía entonces, pues estaba en plena expansión la industria conservera. La presión de estos industriales que necesitaban materia prima a toda costa, creó el caldo de cultivo para que la sardina y el bocarte intentaran pescarse por otros procedimientos más eficaces.
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Carros de "Conservas Albo" esperando cargar, a principios del s. XX. CARLOS ALBO KAY abrió su primera fábrica de conservas en Santoña en 1869. ARCHIVO HIJOS DE CARLOS ALBO S.L. |
La trainera surge asociada a una técnica de pesca que se practicaba con una red de cerco denominada "traína" (más antigua que el barco al que da nombre). Porque este arte requería para su despliegue una embarcación capaz de navegar y maniobrar rápido a remo, incluso con mala mar, para poder alcanzar por sorpresa el banco de peces y calar la red a su alrededor. Con este arte, cuando se macizaba, se echaba el cebo en el centro del cerco, a medida que éste se iba cerrando, para provocar la subida de los peces y su concentración en la superficie. Una vez completado el cerco y embolsada la pesca, ésta se subía a bordo mediante redeños o salabardos. El tamaño de las traínas estaba entre los 40 y 60 m. de largo y entre los 4 y 10 m. de alto.
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Dibujo de una red de cerco con "Jareta"(1) de JOSÉ LUIS REVENTUN BEDIA para la "UNIDAD DIDÁCTICA DE REMO". 2010. |
La trainera era un barco de remo y vela, como las lanchas mayores, pero de menor porte que éstas. Sus dimensiones variaron poco con el paso del tiempo, pero sus líneas se fueron estilizando y su peso reduciendo, para ganar en maniobrabilidad y rapidez (en detrimento de la seguridad de navegación). Sus medidas oscilaban entre los 11 y 13 m. de eslora, de 1,80 a 2 m. de manga y de 0,75 a 0,80 m. de puntal. El peso de estos barcos pasó de los 600 kgs. a principios del s. XX, a los 400 kgs. cuando dejaron de construirse para la pesca. En su mejor época una trainera podía embarcar unas 3 toneladas de carga (aproximadamente, la mitad que una lancha sardinera, merlucera o bonitera), contando la pesca, el arte, todo el aparejo del barco y la tripulación, que solía constar de 13 remeros y un patrón.
Su diseño recordaba a las antiguas chalupas balleneras. Como éstas, presentaba un branque y un codaste muy arqueados y no disponía de quilla (que sobresaliese del forro del casco), para facilitar la maniobra de giro de la embarcación.
Para navegar a vela portaba dos mástiles abatibles que montaban velas al tercio. El menor iba sobre el castillo de proa y el mayor sobre la quinta o sexta bancada. La altura de éste era similar a la eslora del barco. Tanto velamen para un barco sin quilla les obligaba a sustituir el remo del patrón por un timón profundo y a instalar orzas laterales desmontables, que descolgaban por el lado de sotavento (amarradas a la bancada de la cuaderna maestra), para compensar la escora y deriva del barco con viento de costado, ya que sin esos elementos el vuelco de la embarcación era más que probable.
Eran barcos muy veloces con todo su "trapo" desplegado, pero sólo podían montar los dos mástiles cuando la fuerza del viento lo permitía. Solían navegar a vela en los desplazamientos largos, especialmente cuando volvían cargados, y a remo en las maniobras de pesca y en las entradas y salidas de los puertos.
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Una trainera, a la izquierda, junto a varias lanchas mayores (merluceras), hacia 1905. Postal. COL. GÓMEZ BEDIA. |
La utilización de este nuevo tipo de barco aumentó mucho el número de capturas, por lo que su incorporación a la flota de pesca fue muy rápida. La noticia de su mayor rentabilidad corrió como la pólvora, de este a oeste, del Litoral Cantábrico, en detrimento de la lancha sardinera. Al principio ambos tipos de barcos convivieron en los distintos puertos, aunque en alguno de ellos hubo fuerte resistencia a su entrada en servicio. Como sucedió en Castro Urdiales, donde el Cabildo de San Andrés llegó a prohibir las traineras en 1851. Era una cofradía controlada por propietarios de lanchas con redes sardineras, que temían por sus negocios. Aducían que el uso de las nuevas técnicas amenazaba el futuro de la especie que se pescaba con ellas. Pasados unos años la realidad demostraría que aquello no era cierto y tuvieron que adaptarse también ellos a los nuevos tiempos.
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Trainera arriando el palo mayor y su verga a la entrada de Puertochico, hacia 1910. Postal. FOTO LAURENT. COL. GÓMEZ BEDIA. |
En 1909 la entonces provincia de Santander llegó a tener matriculadas 201 traineras, más que ninguna otra provincia del Litoral Cantábrico (en el mismo año Guipúzcoa tenía 100, Vizcaya 157, Asturias 161 y Lugo 75). Esa cifra indicaba que en Cantabria, en aquella fecha, el 74% de los barcos dedicados a pescar sardinas y bocartes eran traineras.
Mientras todo este proceso tenía lugar en el norte de España, en Marina de Cudeyo, que acababa de nacer como Ayuntamiento en 1835, la mayoría de sus habitantes eran humildes labradores, jornaleros y arrendatarios de terrenos, que pertenecían a un puñado de ricos propietarios, los cuales dominaban la vida social y política del municipio.
En uno de sus rincones, la península de Pedreña, existía un pequeño núcleo de población que constituía un barrio del pueblo de Elechas, denominado Ambojo. En 1845 se levantaban en él 13 casas en las que residían "66 almas" (2). Sus habitantes practicaban una economía de subsistencia, basada en los escasos recursos que obtenían del campo (explotando pequeñas fincas y alguna cabeza de ganado), que tenían que complementar con lo que sacaban de la mar.
La ubicación de la aldea pedreñera (sobre el estuario del Miera y a escasa distancia de la bocana del puerto) podría parecer privilegiada para vivir de la pesca, como hacían muchos habitantes de Santander. Sin embargo existían barreras económicas y administrativas que lo impedían (había que tener capacidad económica para disponer de barcos y artes adecuados, no se podía pescar donde uno quisiera, ni vender libremente lo pescado, etc.). O sea, que los pedreñeros no tenían otro remedio que sumar recursos de distinta procedencia para sacar adelante sus familias.
Entre esas barreras insalvables merece una mención especial la que constituía la organización tradicional de la pesca en España, que desde la Edad Media estaba monopolizada por cabildos y cofradías, que tenían capacidad para administrar las aguas que bañaban su costa. Estableciendo normativas muy estrictas y exigiendo fuertes sumas de dinero a quienes querían obtener matrícula para poder faenar en ellas. Los pedreñeros, por proximidad y porque a lo largo de la historia nunca hubo puertos en Trasmiera con entidad suficiente para formar cabildo o cofradía (excepto el de Santoña); siempre intentaron pescar en aguas de Santander. Sin embargo, los de la capital, aferrados a sus privilegios, dieron muy pocas oportunidades a sus vecinos, con menos recursos que ellos (3).
A pesar de todo, la necesidad hizo que en ocasiones todas estas dificultades no fueran suficientes para disuadir a algunos "foráneos" de intentar burlar las prohibiciones establecidas por los cabildos de pescadores de Santander. Como fue el caso de Andrés de la Portilla, vecino de Elechas (probablemente del Barrio de Ambojo), que en 1833 fue denunciado ante el Tribunal de Marina "por hallarse pescando en agua salada y haber tenido cierto encuentro con pescadores de Santander". Por esta causa fue encarcelado y su suegro tuvo que pedir un préstamo de 600 reales a otro vecino del pueblo (Antonio Hontañón), para pagar los gastos del pleito y para ponerlo en libertad.
Este cúmulo de inconvenientes abocó tradicionalmente a nuestro antepasados hacia la pesca de poco calado en aguas interiores (rías y canales) y hacia el marisqueo, como actividades añadidas (a las que hacían en tierra) para buscarse el sustento. Sacando partido de embarcaciones menores (como barquías y botes) que les eran asequibles.
Estas limitaciones les hicieron grandes conocedores de la bahía, por lo que algunos solían dedicarse también, por temporadas, al transporte de personas y mercancías (4).
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Embarque de ollas de leche en traineras en el espigón de Somo. Al fondo el Alto de Cotrajón. 1923. FOTO SECUNDINO BEDIA. COL. GÓMEZ BEDIA. |
Así es como empezó Manuel Bedia Castanedo, pescador pedreñero, que en 1914, coincidiendo con un grave conflicto ganadero, vio la oportunidad de sacar adelante a sus diez hijos, empleando su barco de remo para transportar las ollas de leche fresca de los ganaderos de la costa de Trasmiera, hasta Santander. La estabilidad que le proporcionó este servicio diario de mercancía estuvo en el orígen de la empresa Los Diez Hermanos, que durante 55 años conectó por mar (y también por tierra parte de ese tiempo) Santander, Pedreña y Somo. Esta compañía fue absorbida en 1969 por otra, Los Reginas, propiedad de uno de sus hijos (Emeterio Bedia Castanedo), que hoy sigue prestando servicio, dirigida por un bisnieto de Manuel (Rafael Bedia Ocejo).
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1927. Inscripción de "La Redonda", "trainera de recreo" de VICENTE BEDIA PORTILLA. COL. ÁNGEL OBREGÓN. |
Pero Manuel no fue el único que se dedicó a esta tarea, antes que él hubo otros marineros de la zona que intentaron ganarse la vida con el transporte entre las riberas de la bahía, con mayor o menor continuidad y suerte. En este sentido hay que señalar el trabajo que realizaron, desde tiempo inmemorial, los barqueros pedreñeros enlazando la capital con las dos vías de comunicación terrestre del sur de la bahía, que desembocaban en Somo (la que venía desde Santoña) y en Pedreña (la que bajaba desde las montañas del Miera). O conectando Santander, en los inicios del turismo, con las playas más cercanas (la Magdalena y el Puntal) y el rio Cubas (antes y después de la empresa de Corconeras a vapor, que operó entre 1877 y 1899). O transportando materiales de construcción (arena y piedra fundamentalmente) de la playa del Puntal y de las canteras de Elechas, Gajano y Pontejos, para las obras en la capital y para las sucesivas ampliaciones de sus muelles. O dando servicio a los barcos de la marina mercante fondeados en la bahía.
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Trainera cargando mercancías en el antiguo embarcadero de Pedreña y el Puntal, en Santander, hacia 1930. Postal. COL. GÓMEZ BEDIA. |
En la segunda mitad del s. XIX el aumento de las actividades marítimas en torno a la Punta de Pedreña, puso de manifiesto la necesidad de realizar mejoras en el viejo embarcadero, que estaba abandonado. Llegándose a redactar varios proyectos que no llegaron a materializarse hasta bien entrado el s. XX. El aumento del trabajo en la mar favoreció el crecimiento de la población y el desarrollo del núcleo urbano hacia el norte, que entonces se encontraba practicamente despoblado. El aumento del número de habitantes fue uno de los factores que facilitó la creación del pueblo de Pedreña unas décadas después (de los 13 vecinos -cabezas de familia- que había en 1845, se pasó a 69 vecinos en 1927, que fueron los que solicitaron la separación de Elechas).
Los marineros pedreñeros conocerían la trainera en la misma época que los pescadores de Santander y aprovecharon sus cualidades tanto para el transporte como para la pesca en el interior de la bahía, pues era un barco al alcance de su economía. Sin embargo, las persecuciones sufridas en el pasado les impidieron salir a pescar sardina a los mejores caladeros en la costa de Santander, como hacían los pescadores de la capital. Seguramente lo harían varias décadas más tarde que éstos, cuando desapareció la autoridad de gremios y cofradías sobre la actividad pesquera, a finales del s. XIX (en 1895 sólo había 3 traineras dedicadas a la pesca de la sardina en Ambojo). Cuando pudieron hacerlo tampoco debió ser una experiencia muy rentable (ya que no la practicaron muchos barcos, ni se prolongó mucho en el tiempo). Tal vez porque ya se había iniciado la motorización de la flota pesquera (no se podía competir a remo contra barcos a motor) y porque habría entonces otras ocupaciones que les ofrecerían más estabilidad y menos riesgo.
La vida en la trainera era muy dura y arriesgada. Al no disponer de quilla, ni de cubierta donde refugiarse, los remeros-pescadores permanecían durante largas jornadas de trabajo en alta mar, sometidos al peligro de naufragio y a la climatología adversa, a cambio de un pobre jornal.
El destino del barco y de la tripulación dependían mucho de la destreza de los patrones, pues no contaban con instrumentos de navegación a bordo y tenían que guiarse por referencias en tierra (debían llevar un farol para señalar su posición, pero no solían encenderlo, para no delatar la situación de sus zonas de pesca).
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Cartilla de navegación y carné de socio de la S.D.R. Pedreña, de JOSÉ BEDIA SIERRA (1891-1973), conocido en Pedreña como "(TI) JOSELÓN" y en el mundo del remo como "PEPE BEDIA". COL. GÓMEZ BEDIA. |
El patrón era el jefe en la mar y en tierra. A bordo decidía el rumbo del barco y dirigía las maniobras de pesca. Y en el muelle era el capataz que seleccionaba y contrataba a su tripulación y quien repartía semanalmente lo que se ganaba en la mar.
Los remeros-pescadores "iban a la parte", es decir, que su jornal resultaba de repartir lo que se obtenía de la venta del pescado en dos mitades: una se destinaba a costear el mantenimiento del barco, de las redes y el cebo. Y la otra se dividía, a partes iguales, entre los miembros de la tripulación, incluyendo al patrón. Además, a cada tripulante le correspondía una pequeña cantidad de lo pescado, que aumentaba si la pesca era abundante y no se conseguia vender bien al llegar a puerto.
Mi abuelo, José Bedia Sierra, fue uno de los últimos patrones que conoció primero la pesca con trainera y después la competición con estos barcos. Los conocimientos adquiridos en aquella le sirvieron para emplearlos después en las regatas que disputó durante su carrera deportiva, en la que obtuvo grandes triunfos para la S.D.R. Pedreña.
Tuvo dos traineras, una de ellas en sociedad con Emeterio Bedia Castanedo, su amigo y vecino. Los dos barcos fueron construidos en Laredo y se sucedieron en el tiempo con el mismo nombre "María de los Ángeles", como su hija mayor. El último de ellos una noche de agosto de 1937, en plena Guerra Civil, intentó robarlo un grupo de soldados que huían del frente en dirección al País Vasco. Pero no fueron capaces de arrastrarlo por la playa, desde donde estaba varado (frente a la Peña de la Arena) hasta el agua. La fuerte bajamar se lo impidió.
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JOSÉ BEDIA SIERRA y su esposa MARÍA ASUNCIÓN BEDIA RODRIGUEZ con sus tres hijos mayores, ÁNGELES (con un ramo de flores), MARCELINO y DOLORES, hacia 1929. COL. GÓMEZ BEDIA. |
Muchos años después, siendo yo un crío, mientras pisaba hierba seca en el pajar de la cuadra de mi abuelo, adosada a su casa, descubrí que el suelo estaba tillado con tablas de distintos tamaños: unas estrechas, pintadas, y otras más anchas, sin pintar. Y como no entendía el porqué de aquellas diferencias le pregunté a mi tío Marcelino Bedia Bedia, que fue quién me explicó la razón: las tablas pintadas habían sido el forro de una de las traineras del abuelo, cuyo casco era de color amarillo.
Mi tío se acordaba muy bien de las salidas a la mar de su padre, porque siendo niño, cuando llegaba la temporada de la sardina (de marzo a mayo) era él el encargado de ir a despertar a los miembros de la tripulación, casa por casa, antes de amanecer. Llamando a cada uno por su nombre, a la voz de: "!Fulano a la mar¡".
Recordaba también que tenía que ayudar a su madre a preparar "la raba" (el cebo), que hacían "machacando y mezclando cámbaros, mozajones y arena, porque en casa no había (dinero) para comprar huevas de bacalao, que era con lo que macizaban los de Santander".
En
la mar la pesca con trainera era una carrera constante, desde que se
localizaba el banco de peces hasta que el barco regresaba a puerto
(quien primero llegaba, mejor vendía). Ese fue el orígen de las regatas
de traineras. Pero en tierra la carrera continuaba, esta vez
protagonizada por mujeres (familiares de los miembros de la
tripulación), que eran las encargadas de vender el pescado. Las
pedreñeras primero lo intentaban en la Lonja de Puertochico y después
(si el precio era bajo o quedaba mucho sin vender) por los pueblos de la
costa y del interior de Trasmiera.
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1972. Mercado de Puertochico (antigua Lonja) situado en la confluencia de las calles Bonifaz y Casimiro Sainz, de Santander. Postal. COL. GÓMEZ BEDIA. |
Ese recorrido lo hacían a pie, cargando con los carpanchos de sardinas sobre la cabeza y anunciando a voces lo que vendían. La ruta más habitual empezaba en Somo (a veces en el Puntal), atravesaba Ribamontán al Mar y al Monte, para entrar después en Marina de Cudeyo por el puente de Agüero y, desde allí, de vuelta a casa. Al regreso muchas veces volvían tan cargadas como al inicio del viaje, pues quienes les compraban eran tan pobres como ellas y tenían que aceptar el trueque del pescado por otros productos, que en Pedreña escaseaban.
Mi abuela, María Asunción Bedia Rodríguez, fue una de esas mujeres que ejerció la venta ambulante de pescado fresco a pie. Lo supe un día al comentarle que tenía un compañero de colegio que era de Suesa, con el que iba todos los días en la lancha a Santander. Me preguntó de que barrio era y yo entonces no supe decírselo, pero me di cuenta que ella a pesar de sus casi 80 años, sabía los nombres de todos los barrios de aquél pueblo y los apellidos de muchas de sus familias. Me dijo que los recordaba "de sus andanzas de joven por La Costa, vendiendo pescao a la cabeza" (5).
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Sardinera en Puertochico con un carpancho a la cabeza. Portada de la revista "NUEVO MUNDO". 1908. COL. GÓMEZ BEDIA. |
La época de mayor éxito de las traineras de pesca a remo tuvo lugar en los años anteriores y posteriores al paso del s. XIX al XX. La demanda de materia prima de las fábricas de conserva era tan grande que todo lo que se pescaba se vendía. La pujanza de esta industria era tal que en 1885 se asentaban en Castro Urdiales, Laredo, Santoña y Santander 34 empresas de conserva de pescado, sin contar 16 más elaboradoras de escabeches, una de salazón, una fabrica de latas de hojalata y una planta de refinado de aceite. Por esas fechas la provincia de Santander llegó a acaparar el 70% del aceite de oliva de la industria pesquera del país.
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Etiqueta publicitaria de una fábrica de conservas asturiana, que incluye la imagen de una trainera de pesca. 1905. Publicada en "PUERTO DE GIJÓN, PESCA Y CONSERVA". |
Esta coyuntura tan favorable, multiplicó el número de traineras en el agua (Castro Urdiales, por ejemplo, pasó de tener 32 traineras matriculadas en 1880, a tener 66 en 1890). Pero, desgraciadamente, también trajo consigo un aumento exponencial de los accidentes y naufragios ocurridos en la mar en esos años. Todos hemos oído hablar alguna vez de la tristemente famosa Galerna del Sábado de Gloria (20/04/1878), que se llevó por delante las vidas de 322 pescadores del Litoral Cantábrico (122 de ellos de Cantabria).
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"¡Jesús y adentro!", óleo conmemorativo de la Galerna del Sábado de Gloria, de FERNANDO PÉREZ DEL CAMINO. 1881. MUSEO DE BELLAS ARTES DE SANTANDER. |
Estos trágicos acontecimientos dieron lugar a que la trainera adquiriese fama de embarcación peligrosa y a que la Comandancia de Marina de Santander dictase normativa prohibiendo a las traineras alejarse en exceso de la costa (para que sus patrones no perdieran de vista la tierra). Se recomendaba también que la flota de traineras faenase acompañada de un barco de mayor porte a motor, que pudiera darlas rescate en caso de dificultades.
Por entonces ya había comenzado la motorización de los barcos de la flota pesquera (la marina mercante la inició mucho antes) y circunstancias negativas como las señaladas lo que hicieron fue acelerarla e iniciar el declive de la trainera como embarcación de pesca. No obstante, al principio se hicieron pruebas para introducir el motor de vapor en ellas, pero no resultaron bien. Y apareció un nuevo tipo de barco, un poco más grande, con más poder en la proa y espacio suficiente para el motor y para su alimentación. Así nacieron las conocidas como "lanchillas de vapor", que eran barcos más seguros y más rentables.
Sin embargo, la incorporación del motor de explosión dio mejores resultados y alargó unos años la vida útil de las traineras, aunque no evitó su desaparición. En 1932 quedaban en Cantabria 60 dedicadas a la pesca. Pero en 1945 prácticamente habían desaparecido, arrumbadas por lanchas motorizadas, con mayor tonelaje y un número inferior de tripulantes, que podían acudir a distintas costeras, durante todo el año.
La primera trainera de pesca que navegó en Santander a motor lo hizo en septiembre de 1916. Se llamaba "Mañosa" (6) y era propiedad de José Seoane García. Este barco dos meses después de esa fecha sería adquirido por Manuel Bedia Castanedo, que lo dedicó al transporte de viajeros. Fue el primer barco con motor de gasolina que prestó servicio entre Santander, Pedreña y Somo.
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La "Mañosa" tres décadas después de su motorización (tras ser acondicionada con puente y habitáculo para el pasaje), en la dársena este del muelle de Pedreña. COL. ROSARIO CANALES BEDIA. |
El acceso de este armador a la nueva tecnología fue un hecho aislado, pues el resto de propietarios de embarcaciones similares en Pedreña, tardaron bastantes años en poder incorporarla a las suyas. Además, la Guerra Civil que vino después, arruinó la economía del país y la gente sencilla tuvo que empezar de cero de nuevo.
Incluso con motor, las traineras de pesca continuaron dando graves disgustos, como el que recuerda Avelino Castanedo Bedia, que le contó su padre, Avelino Castanedo Castanedo, que sufrió siendo un chaval a bordo de la trainera "María de los Ángeles", de "Joselón", de la que también era tripulante su abuelo, Román Castanedo Bedia. Este barco disponía de fábrica de un motor Perkins, de gasolina, y "nunca había dado ningún problema, pero en una ocasión que se vieron sorprendidos por un fuerte temporal, a la altura de la isla de la Virgen del Mar, dejó de funcionar en medio de la tormenta y no fueron capaces de volver a ponerlo en marcha. Sin motor y cargándose de agua por momentos, el barco se hizo ingobernable. Entre grandes olas que les pasaban por encima, mientras unos intentaban arbolar remos, otros achicaban como podían. Así aguantaron varias horas, luchando por mantener el barco a flote, aferrándose a él para no morir ahogados. Y cuando ya no les quedaban fuerzas, ni esperanza de que alguien les rescatara y se habían puesto todos a rezar; vieron que se les echaba encima un mercante que, alertado por un trapo blanco que habían amarrado a un palo para llamar la atención; decidió echarles un cabo y darles remolque hasta Santander."
Según confesó Avelino a su hijo: "Nunca en su vida vio el final tan cerca".
"En el trayecto hasta el puerto nadie dijo nada, estaban todos reventaos, pero al cruzar la barra, como dentro estaba todo en calma, arriaron el cabo del barco que les remolcaba, para no causarle más molestias y siguieron por sus propios medios.
¡Lo más cojonudo vino después! (señala Avelino -hijo-) Pues al intentar otra vez poner en marcha el motor, éste arrancó a la primera".
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AVELINO CASTANEDO CASTANEDO, con uniforme de la S.D.R. Pedreña, recogiendo un premio. Detrás ENRIQUE CORINO CAVIA y PEDRO PORTILLA GÓMEZ, remeros pedreñeros también. 1944. COL. GÓMEZ BEDIA. |
Cuando llegó el motor a las embarcaciones de pesca, la vela desapareció de ellas, el remo pasó a ser un elemento de maniobra y disminuyó considerablemente el número de pescadores embarcados, pues dejaron de ser necesarios sus brazos para propulsarlas.
Sin embargo, el abandono de la trainera de pesca a remo no supuso la desaparición de este modelo de barco, que si bien dejó de fabricarse para la pesca, comenzó a desarrollarse para la competición, pues desde finales del s. XIX las regatas de traineras arrastraban a los muelles a miles de personas ávidas de espectáculo.
La reducción paulatina del número de pescadores, acostumbrados a remar cada día, influyó en los equipos de remo y en las competiciones traineriles, porque ya no era tan sencillo encontrar marineros "entrenados" (por su trabajo diario), con los que formar tripulaciones competitivas. Hubo incluso alguna regata que tuvo que modificar su reglamento (que era muy restrictivo y sólo permitía la participación de pescadores) para dar entrada a deportistas procedentes de otros oficios.
El descenso del número de remeros que trajo consigo la modernización de la flota pesquera que faenaba en alta mar, apenas tuvo trascendencia en Pedreña, porque la mayor parte de sus pescadores se empleaban en la pesca en el interior de la bahía y en el marisqueo, en los que el remo siguió siendo una herramienta habitual, hasta muchos años después de la desaparición de las traineras de pesca. Esto hizo que su cantera de remeros continuase siendo numerosa y estuviese bien "entrenada". Prueba de ello fueron los importantes resultados deportivos que la S.D.R. Pedreña obtuvo hasta finales del s. XX.
Si hubiera que resumir en pocas palabras este largo proceso, podría decirse que lo que no se pudo ganar pescando en alta mar, se recuperó después compitiendo en las regatas de traineras. Por eso aquella frase del principio dice que "Las últimas fueron las primeras".
J.M.G.B._2020
NOTAS:
(1). Al principio, las traínas no se cerraban por abajo y se escapaban muchos peces. La "Jareta" fue un avance de origen mediterráneo, que aportaron los salazoneros italianos, que se instalaron en Santoña y en otros puertos del Litoral Cantábrico, a finales del s. XIX.
(2). "Santander. Diccionario Geográfico Estadístico 1845-1850". PASCUAL MADOZ.
(3). La opinión de los pescadores santanderinos de la época (sobre la abolición de las matrículas y la supresión de los cabildos) queda perfectamente reflejada en las palabras que JOSÉ MARÍA DE PEREDA pone en boca de "Premontorio", el personaje del cuento "Fin de una raza", recogido en su libro "Escenas Montañesas" (1864). Son éstas:
-"Con esa orden de arriba se dice: -Abro la puerta al mar...-; y allá voy yo, y allá vas tú... y allá van ellos, ¡tiña! porque detrás de nosotros podrá ir, con la ley en la mano, el raquero del Puntal, el chalupero de Las Presas y toos los tiñosos de la costa de la badía... Y esto no lo aguanto yo, retiña; que la mar se hizo pa los hombres que deben andar en ella y han andao siempre. ¿Ónde se ha visto que la gente del muergo sea quién pa dir conmigo a la pesca de altura?... Vos digo que no tendréis vergüenza si vos dejáis igualar por esa grumetería...".-
(4) Esta especialización en el ámbito de la bahía caló tanto en la mentalidad de los pedreñeros que hoy en día todavía pueden oírse en Pedreña expresiones como "Va a la mar de afuera", para referirse a un barco que sale del puerto, en lugar de "va hacia mar adentro", que es lo que diría cualquier persona de otro lugar en el mismo caso.
(5) En Pedreña se entiende por "La Costa" la zona costera de Trasmiera, comprendida entre Somo y Santoña.
(6) Patrón de La Mañosa fue durante bastantes años LAUREANO SOTA MAZA.