viernes, 7 de febrero de 2020

LA CONCHA DE LUIS BEDIA

Una regata, un barco y una pena.


1942, Santander. Luis Bedia señala  sobre una lista de embarque y Ramón Maliaño, de espalda, le observa. COL. MUSEO MARÍTIMO DEL CANTÁBRICO.

Luis Bedia Castanedo formó parte de la expedición de la Sociedad Deportiva de Remo Pedreña que en 1943 viajó a San Sebastián, para intervenir por primera vez en su regata de traineras. Era un miembro veterano del equipo que desde 1933 participaba en competiciones fuera de la región, algo que entonces exigía pesados desplazamientos. Pero Luis estaba acostumbrado a ellos, pues hacía poco tiempo de su regreso a casa, tras pasar tres años haciendo el viaje más largo: la guerra.

Aquella regata en La Concha fue especial para él, no sólo por ser la primera, ni tampoco por el resultado (Pedreña obtuvo el 2º puesto); sino porque le permitió disfrutar del viaje. Pudiendo saborear el intenso ambiente marinero que aún conservaban los muelles donostiarras. Siempre recordaba que podía verse por todos lados gente ocupada en los distintos oficios de la mar: rederas, vendedoras de pescado, carpinteros de ribera y otros, todos ellos en plena actividad. Estos últimos eran sus preferidos, de hecho cuando tenía ocasión le gustaba hablar con alguno de los que entonces alojaban sus instalaciones en las inmediaciones del Aquarium. A Luis le encantaba la línea de las barquías que construían, mucho más esbeltas y ligeras que las que las que él conocía. "Eran como bateles", solía decir. 

Allí se fraguó su anhelo por poseer una de aquellas estilizadas embarcaciones y fue por eso que en octubre, repartidos ya los premios obtenidos durante la temporada entre los miembros de la tripulación, creyó llegado el momento de hacer realidad su sueño. Pero para llevarlo a cabo la "lejanía" de San Sebastián le hizo decantarse por astilleros más cercanos y encaminó sus pasos hacia Laredo, a la búsqueda de un artesano que fuera capaz de construir una barquía como las que había visto en Donosti.

Hacia la villa pejina iba cuando se cruzó con él un camionero, antiguo compañero de fatigas militares, que lo reconoció y al saber sus intenciones se ofreció a llevarle hasta la Bella Easo, para que pudiera recuperar así su idea original. A Luis no le costó mucho aceptar su invitación.

Una vez en Donosti, se dedicó a visitar tinglados y talleres carpinteros, pero no le resultó fácil ajustar el encargo, ya que ni los presupuestos ni los acabados que le ofrecían eran del todo de su agrado. Esto hizo que su estancia allí se alargase más de lo previsto, llegando a preocupar a sus familiares que a punto estuvieron de denunciar su desaparición.

Tres días le llevó a Luis alcanzar un trato satisfactorio que cerró en 1.600 pts., habiendo tenido que adelantar 600 pts. como primer pago. En esa cifra no estaban incluidas las 6 pts. que costaba el transporte en tren del nuevo barco, hasta la capital de la Montaña.

SDR Pedreña 1942. Tercero por estribor Luis Bedia. En popa, con chaqueta, Ramón Maliaño. COL. GÓMEZ BEDIA.

Pasados dos meses de su viaje, cuando le comunicaron desde la Comandancia de Marina de Santander que la barquía había llegado, no tardó mucho en pertrecharse con lo necesario para cruzar la bahía y presentarse en la capital para recogerla. Pero la recogida no iba a ser tan sencilla como él se había imaginado, pues para despachar los últimos trámites administrativos, le tocó en suerte un funcionario, en exceso meticuloso y adicto al régimen, que no acababa de fiarse de su "conducta". Y que temía que la embarcación pudiera utilizarse para tareas distintas a la pesca. Eran años de dura represión en Cantabria, de emboscados y maquis y de gente que intentaba salir del país por cualquier medio. En esas circunstancias, el funcionario le exigió un avalista que respondiera de su "honestidad" (entendida ésta como fidelidad al régimen de Franco).

Luis, hombre religioso y cabal donde los hubiera, que había combatido en el bando "nacional", no acababa de creerse lo que se le exigía, pero tras fracasar en el intento de defenderse por si mismo, no tuvo más remedio que solicitar ayuda. Encontrándola en Ramón Maliaño, Presidente del Club por aquellas fechas y reconocido falangista, el cual le conocía perfectamente y al escuchar su relato, no tuvo inconveniente alguno en interceder por él hasta resolver el asunto. Así funcionaban las cosas entonces.

A la entrega del barco sus penalidades no concluyeron, pues el carretillero que le llevó el barco desde el Muelle de Albareda hasta Puertochico le cobró por ello ¡Cuatro veces más de lo que había pagado por traerlo desde San Sebastián! Así es que cuando por fin vio su barquía en el agua, arboló los remos y puso proa al sur, queriendo olvidar todas aquellas peripecias.

Mientras iba "a remos pares" hacia La Barquería decidió su nombre. La llamaría "La Concha", por los momentos inolvidables vividos en la bahía donostiarra.

Documentación de la barquía La Concha. COL. LUIS MANUEL CARRILES BEDIA.

A partir de entonces se inició para Luis una nueva etapa en su vida. Tenía ya 32 años y había decidido que La Concha de 1943 había sido su última regata. Quería emanciparse y crear su propia familia. Y eso fue lo que intentó al año siguiente casándose con Emilia Roqueñí Maza, una joven varios años menor que él, a la que pretendía desde hacía tiempo. Juntos vivieron un período de felicidad que se vio colmado con la ilusionante noticia de una próxima paternidad.

Sin embargo, Emilia era una mujer delicada y el embarazo le resultó muy difícil, pues desde su inicio puso en riesgo su vida, hasta el punto de que cuando llegó el momento del parto no fue capaz de superarlo y falleció junto con la criatura que esperaba.  

Esta terrible desgracia hundió a Luis. El fallecimiento de Emilia y su triste final no se le quitaban de la cabeza. Por eso buscó consuelo a tanto dolor en casa de su hermano Ricardo y su cuñada Laureana (hermana de Emilia), adonde se fue a vivir en 1945. El calor familiar y el cariño de sus sobrinos, Águeda, Montserrat y Ricardo (nacido en 1949), junto a sus fuertes convicciones religiosas, le dieron fuerzas para seguir adelante.

Pero a Emilia nunca pudo olvidarla. Con los años se fue convirtiendo en un hombre solitario y triste, que dedicaba la mayor parte de su tiempo al trabajo en la mar. Sus únicos entretenimientos fueron siempre ver crecer a sus sobrinos y después a los hijos de éstos, sus "nietos", que así consideraba a los nacidos de la unión de su sobrina Montserrat y su esposo Manuel Carriles Roqueñí (1). Y por supuesto el cuidado de su barquía.

El barco era la envidia de los mariscadores de Pedreña. No en vano había alcanzado el triunfo en varias ocasiones en las regatas de barquías, que se celebraban anualmente por las fiestas de San Pedro. 

La Concha fue compañera de viaje de Luis durante muchos años, demostrando sobradamente sus cualidades técnicas y justificando todos los esfuerzos que le había costado conseguirla. Cuando su jubilación de la mar llegó, sus nietos Luis Manuel, Miguel Ángel y José Vidal, fueron quienes continuaron sacando partido a la embarcación, quedando para él el mantenimiento y lustre de la misma, tarea ésta que le permitía seguir disfrutando de ella.

Luis Bedia con su barquía en la playa de La Rotiza. FOTO CRISTINA GÓMEZ. COL. LUIS MANUEL CARRILES.

Así fue hasta una tarde en la que José Vidal fue a fondearla, para "ir a la red" por la noche.

A la hora acordada, su padre y su hermano "Luisma" lo esperaron en la playa. Desde tierra el barco se veía correctamente fondeado, pero José Vidal no acababa de llegar. Molestos por la tardanza esperaron su aparición, aunque sólo fuera para recriminarle lo sucedido, pero José Vidal no se presentó. De regreso a casa, Manuel, a pesar del cabreo, empezó a rumiar la posibilidad de que le hubiera pasado algo. No obstante, intentó restar importancia al asunto, pues nunca antes había sucedido y, además, sabía que había una chica que gustaba a José Vidal y esto podía haberle hecho olvidar su cita con ellos.

Sin embargo, al amanecer, "Piti" (que este era su apodo familiar) seguía sin regresar a casa y su padre, que no había podido dormir en toda la noche, se levantó y bajó a la playa. Con la luz del día no tardó en localizar la ropa de su hijo, confirmando así sus peores sospechas de que había sufrido un accidente. Rápidamente movilizó a su familia y vecinos, iniciándose una angustiosa búsqueda.

Desde el Urro hasta Punta Rabiosa se revisó la ribera metro a metro, hasta que por fín apareció su cuerpo. Para sorpresa de todos la bajamar lo fue dejando al descubierto a escasos metros de donde había quedado varada La Concha. Su cara aniñada y rubia no mostraba ninguna huella de violencia, tan sólo un pequeño golpe en la frente.

José Vidal Carriles Bedia (1968-1994). COL. FAMILIA CARRILES BEDIA.

La noticia de la muerte de José Vidal conmocionó al pueblo y fue un desgarro terrible para toda la familia, especialmente para sus padres y hermanos (además de los citados: Sara, Montserrat, María Ángeles, Laureana y Eduardo).

A Luis, por su parte, el disgusto le arrastró de nuevo a la oscuridad. No alcanzaba a entender que el destino pudiera ser tan cruel con alguien tan joven y se sintió culpable por haber puesto aquella barquía en sus manos. Enfadado consigo mismo se preguntaba por qué Dios no se lo había llevado a él. 

En su desesperación llegó a creer que el fuego podría llegar a purgar aquella pena tan grande, por lo que una tarde la rabia le llevó a sacar a tierra su barco para quemarlo. Y cuando ya estaba todo dispuesto para hacerlo, la intervención de sus sobrino-nietos impidió que Luis consumara su deseo, aunque no pudieron evitar el encierro indefinido de la barquía en una cuadra. No concebía Luis mayor humillación para un barco.

Pero aquél castigo no sirvió para aliviar su atormentada conciencia. Sin que nadie pudiera evitarlo se apartó del mundo y dejó de hablar con persona alguna durante más de seis meses. Tan sólo salía de casa para ir a misa. Fue un período muy difícil para él y para todos sus allegados.

Tuvieron que pasar dos años, después del fallecimiento de José Vidal, para que Luis Manuel y Miguel Ángel se atrevieran a intentar devolverle la ilusión a su tío-abuelo. Y para hacerlo no se les ocurrió otra idea mejor, que plantearle la posibilidad de arreglar el barco, cuyo deterioro después de tanto tiempo fuera del agua amenazaba con ser irreparable.

En un primer momento Luis se mostraba muy reacio a ello, pues seguía sin "perdonarlo", pero la insistencia de sus familiares, unida a la complicidad de José Rodríguez Castanedo ("Pepín", carpintero, vecino y amigo), consiguieron por fin convencerle y arrancarle el "indulto" para la embarcación.

Pepín, Miguel Ángel, Luis y Luisma en el taller del primero. FOTO CRISTINA GÓMEZ. COL. LUIS MANUEL CARRILES.

La barquía volvió a navegar, aunque los ojos de su dueño no volvieron a brillar con su contemplación como antaño. Para él había quedado señalada por la tragedia y simbolizaba el dolor de un destino injusto: el suyo. Por eso cuando volvían a preguntarle por ella solía responder con cierto desdén (sin aludirla): "un barco reparado, por buena que sea la reparación, ya no es igual..., es otro barco". Esa era su forma de poner distancia con la embarcación y con los amargos episodios del pasado que habían compartido.

Pocas veces más volvió Luis a embarcar en La Concha, tan sólo alguna excursión familiar en verano y alguna procesión marítima, con motivo de la Virgen de Latas.

Cuando nos dejó en 2006, el barco siguió a flote, pero al faltar la persona que había dado sentido a su existencia, fue cayendo lentamente en el olvido y en el abandono. Todo indicaba que por fin su condena iba a ejecutarse. Sin embargo, el destino quiso, una vez más, que Luis Manuel, heredero de la sensibilidad de su tío-abuelo, acudiera en su rescate. "Que mejor forma de recordar a Luis que proteger y conservar su obra más preciada", pensó. Y se hizo cargo de la barquía, aunque para hacerlo tuviera que apartarla de los escenarios donde se había fraguado su leyenda. 

La Concha varada en la ensenada de El Huyo, en 2014. COL. GÓMEZ BEDIA.

Y desde entonces La Concha muestra impasible su silueta en la otra punta del pueblo, ajena a su pasado, donde ya pocos la recuerdan. Esperemos que la parte triste de su historia nunca vuelva a repetirse.

 

No puedo terminar este comentario sin mostrar mi gratitud a Luis Manuel Carriles Bedia, por hacerme saber lo que significó para Luis su barquía. Este agradecimiento ha de ser más especial, si cabe, a Montserrat Bedia Roqueñí, sobrina de Luis, viuda de Manuel, madre de Luis Manuel y José Vidal; por autorizarme a compartir este relato.

 

J.M.G.B._2015

(1) MANUEL CARRILES ROQUEÑÍ (1938-2008) fue uno de los grandes remeros de la SDR Pedreña de los años 60 y 70 del siglo pasado, que consiguió, entre otros triunfos, cinco Campeonatos de España de traineras casi consecutivos.